sábado, 20 de junio de 2015

Hatoum y Cristal: dos narraciones acerca de los procesos emigratorios hacia el continente sudamericano.

Cuando no se puede vivir en un sitio,
el deber supremo es irse a vivir a otra parte.
Rafael Barrett

          En la introducción de su libro Orientalismo, Edward S. Said establece, a pesar del reconocido enfrentamiento existente entre ambos grupos, una suerte de equiparación entre lo que él denomina como orientalismo y el antisemitismo. En este texto, Said señala que al escribir su libro ha acabado escribiendo “una historia vinculada de manera secreta y misteriosa al antisemitismo occidental” (Said, 2002: 53). Asimismo reconoce que ese antisemitismo y el orientalismo que él analiza en su rama islámica se parecen mucho (Said, 2002: 53). Recordemos que Said define de varias maneras lo que es el orientalismo. Sin embargo, para sintetizar la idea, se puede definir este concepto como la representación prejuiciosa que el Occidente tiene con respecto al Oriente, aunque hay que reconocer también la existencia de un Oriente que, de manera complementaria, se deja construir pasivamente por el Occidente. Desde este punto de vista, el orientalismo propone una visión etnocéntrica acerca de los pueblos que habitan en la región del Medio Oriente. En ese sentido, es válido recordar también que “el etnocentrismo consiste en el hecho de elevar, indebidamente, a la categoría de universales los valores de la sociedad a la que yo pertenezco” (Todorov, 1991: 21). En este caso, por lo tanto, puede decirse que, desde una postura etnocéntrica, el hombre europeo juzga al oriental desde su propio sistema de valores y no desde el ajeno, es decir, pretende universalizar su visión de la realidad considerando a sus valores como superiores a los de los otros. Así es como, en un momento dado, comienza a considerarlos inferiores y puede hasta llegar a demonizarlos cuando los otros se oponen a la imposición de unos valores que le resultan del todo extraños a su entorno cultural. Algo similar ocurre con el concepto de antisemitismo. En este caso, quien es juzgado y estigmatizado es el semita, el judío. Sin embargo, aquí no solamente existe una inferiorización del otro, del distinto, sino que también está presente el odio y el desprecio, ya que el judío muchas veces es visto como el responsable de todos los males que asolan a la sociedad.
          De esta manera, entonces, como se decía anteriormente, es posible para Said equiparar en cierto modo el orientalismo con el antisemitismo, pues en ambos casos existe una visión distorsionada del otro. No obstante, en otro de sus textos, en Reflexiones sobre el exilio, no puede dejar de preguntarse qué puede ser más intransigente que el conflicto entre judíos sionistas y palestinos árabes. Es entonces cuando señala el paradójico hecho de que
los palestinos sienten que han sido convertidos en exiliados por el proverbial pueblo del exilio, los judíos. […] Quizás sea este el destino más extraordinario del exiliado: haber sido exiliado por exiliados; revivir el verdadero proceso de desarraigo de mano de exiliados (Said, 2005: 185)
Aquí surge pues el concepto del exilio, al cual Said define como “la grieta imposible de cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar” (Said, 2005: 179).
          Sin embargo, el autor de origen palestino no se queda sólo con esta idea del exiliado sino que también trata de diferenciarla de otros posibles conceptos que también puedan aludir a aquellos hombres que se alejan de su patria, intenta establecer algunas distinciones entre exiliados, refugiados, expatriados y emigrados. Con respecto a los primeros, recuerda que “el exilio nació de la antigua práctica del destierro. Una vez desterrado, el exiliado vive una existencia anómala y miserable con el estigma de ser un extranjero” (Said, 2005: 188). Así distingue, por ejemplo, a los exiliados de los expatriados o los emigrados. En relación a los expatriados, Said reconoce que “viven voluntariamente en un país extraño, normalmente por razones personales o sociales […] pueden compartir la soledad y el extrañamiento del exilio, pero no sufren sus rígidas proscripciones” (Said, 2005: 188). De la misma manera, señala que “un emigrado es cualquiera que emigra a un nuevo país. En esta cuestión la elección es ciertamente una posibilidad” (Said, 2005:188). Así pues lo que diferencia a un exiliado de un expatriado o un emigrado es el hecho de que, mientras el primero ha sido obligado a abandonar forzosamente su espacio natal, en los segundos existe la posibilidad de la elección o la libre voluntad, es decir, el viaje hacia el exterior no ha sido impuesto sino que, tal vez, ha sido elegido. No obstante, no hay que dejar de señalar que los límites entre estas condiciones no siempre son del todo rígidos, pues uno no puede dejar de preguntarse qué diferencia existe entre un emigrado y un exiliado. ¿Es el emigrado un hombre que viaja por su propia voluntad mientras que el exiliado lo hace por una imposición? ¿Acaso el emigrado no se aleja de su tierra por circunstancias políticas, étnicas, religiosas o económicas? ¿Existe en el exiliado un deseo de regresar a su patria alguna vez mientras que el emigrado se aleja definitivamente buscando nuevos horizontes, ansiando construir una vida más prometedora en otra región, en otro país? ¿No es acaso el emigrado un extranjero que intenta hacerse lugareño? ¿No es acaso un hombre que vive entre el allá del pasado y el acá del presente?

          Pues bien, estos interrogantes y estas vivencias pueden notarse tanto en Relato de un cierto Oriente del brasileño Milton Hatoum como en Mil surcos del cordobés Martín Cristal. En ambos relatos se narran los procesos emigratorios de diferentes sujetos que pretenden instalarse en un mundo que les es del todo extraño. En ambos relatos se cuenta la historia de hombres y mujeres que viajan de un punto a otro del planeta con el fin de iniciar una nueva vida, una vida mejor que la que vivían en su tierra natal. En el caso de la novela de Hatoum se cuenta la historia de una familia de origen libanés que intenta establecerse en Manaos, una ciudad brasileña ubicada en el centro de la Amazonía. Mientras que en la novela de Cristal se narra, entre otras, la de unos judíos de origen ruso que tratan de hacerlo en Córdoba, en el centro de Argentina. Se puede notar entonces como en estos dos relatos se cuenta la historia de dos pueblos de distintas procedencias que emigran hacia diferentes regiones del continente sudamericano. Ésta, entonces, es la primera semejanza existente entre ambas novelas.
          Ante el acontecimiento de la emigración, tal como se mencionaba anteriormente, uno no puede dejar de preguntarse acerca del motivo por el cual un emigrado decide abandonar su patria. En el caso de Relato de un cierto Oriente se pueden revisar tanto la historia de Emilie, la matriarca de la familia, como la de su marido. Con respecto a la primera, se cuenta que la decisión de emigrar desde Líbano hacia la Amazonía había sido una decisión tomada por sus padres. Cuenta Hakim, el hijo de Emilie, que su madre y los hermanos de ella, Emilio y Emir, se habían quedado en Trípoli bajo la tutela de unos parientes, mientras Fadel y Samira, sus abuelos, se aventuraban en busca de una nueva tierra que sería la Amazonía (RCO, 44)[1]. Cuando Hakim narra la historia de Emilie no termina de aclarar los posibles motivos por los cuales sus padres habrían decidido abandonar su tierra, emigrar desde su lugar natal. Sin embargo, al consultar Dos hermanos, la segunda novela de Hatoum, se puede tener una noción acerca de cuáles podrían haber sido esos posibles motivos que los llevaron a emigrar. En esta otra novela, se cuenta que Galib, el padre de Zana, la madre de los dos hermanos a los cuales alude el título del libro, cuando vivía en Líbano solía visitar a amigos y conocidos, cristianos amenazados e, incluso, perseguidos por los otomanos (DH, 66). De esta manera, se sugiere que las persecuciones religiosas podrían haber sido una de las posibles causas por las cuales algunos libaneses tendrían que haber abandonado su tierra (en este sentido, no hay que olvidar que tanto el mencionado Galib como la familia de Emilie eran cristianos maronitas). Pues bien, como se puede observar entonces, los límites entre lo que sería un exilio y lo que sería una emigración se tornan difusos. Uno no puede dejar de preguntarse si el viaje iniciado por estos personajes desde el Líbano hacia la Amazonía fue un viaje elegido o, más bien, uno impuesto por las circunstancias religiosas.

          Con respecto al marido de Emilie, éste menciona que el primero de su familia en llegar a la Amazonía, “aquel lugar nebuloso y desconocido para casi todos los brasileños” (RCO, 97), fue un tío suyo llamado Hanna. Menciona que “combatió por el Blasón de la República Brasileña; obtuvo el grado de coronel de las Fuerzas Armadas, aunque en el Monte Líbano se dedicase a la crianza de carneros y al comercio de frutas” (RCO, 97). Sin embargo, también aclara que nunca supieron el porqué de su venida a Brasil. El marido de Emilie siguió el camino de su tío Hanna tal vez por una vocación de aventura y con el tiempo comprendió que “la visión de un paisaje singular puede alterar el destino de un hombre y tornarlo menos extraño en la tierra que pisa por primera vez” (RCO, 99). En este punto se presenta la idea del extranjero que se siente extraño en el nuevo territorio al que llega, pero que al mismo tiempo comienza a identificarse como un extranjero que se siente “menos” extraño a causa de la contemplación de un paisaje particular, un extranjero que, en cierto modo encuentra su lugar en el mundo en un espacio que no es el natal[2]. Tal vez esta sea la experiencia que define el modo de ser de un emigrante, el hecho de ser un extranjero que de una manera u otra se va convirtiendo en lugareño.
          Tal vez aquí entonces, radique también la idea de la conformación de una cultura heterogénea antes que una transculturada. Desde este punto de vista, Raúl Bueno, en un artículo titulado “Sobre la heterogeneidad literaria y cultural de América Latina”, sostiene que “la categoría heterogeneidad[3] propuesta por Antonio Cornejo Polar […] es uno de los más poderosos recursos conceptuales con que América Latina se interpreta a sí misma” (Bueno, 1996: 21). Por lo tanto, en el marco de las diferencias existentes entre otras categorías posibles que pueden describir el fenómeno latinoamericano, tales como transculturación, mestizaje, diversidad, alternatividad e hibridez, y la de heterogeneidad, Bueno opta por esta última. Ahora bien, ¿cuáles son las posibles ventajas que le reconoce a la categoría conceptual propuesta por Cornejo Polar? Al comparar, por ejemplo, la categoría de mestizaje con la de heterogeneidad, manifiesta que la primera “tiende a la creación de un  nuevo espécimen dentro de la línea aglutinante, disolvente de las diferencias” (Bueno, 1996: 28). Señala que “su característica es la solubilidad de los ingredientes, […] su capacidad de establecer un continuum[4] existencial, sin fisuras aparentes, adscribible […] a la noción de homogeneidad” (Bueno, 1996: 28). En tanto que la segunda de esas categorías, la de heterogeneidad, “tiende a la individuación de los especímenes en contacto” (Bueno: 1996: 28) e indica que “su característica es la insolubilidad de los elementos en juego, […] su capacidad de afirmar la discontinuidad cultural, […], de marcar las fisuras que establece la pluricultura” (Bueno, 1996: 28). Por eso también opone la idea de unidad que “referiría a una homogeneidad placentera y falaz” (Bueno, 1996: 26) a la de una totalidad conflictiva y contradictoria que no es ni más ni menos que una heterogeneidad que transmina todas las áreas y niveles de América Latina (Bueno, 1996: 26). Finalmente, Bueno también señala que la heterogeneidad comienza cuando dos o más realidades culturales establecen contacto y empiezan a interactuar (Bueno, 1996: 27).
     Desde este punto de vista, entonces, en el caso de la historia narrada en la novela de Milton Hatoum, la heterogeneidad se produce a partir del contacto de una cultura oriental libanesa que pretende insertarse en una región amazónica atravesada tanto por un elemento amerindio nativo como por uno europeo que intenta ser hegemónico. En este contexto, la investigadora chilena Ana Pizarro define a la Amazonía como
una región cuyo rasgo más general es el de haber sido constituida por un pensamiento externo a ella. Ella ha sido pensada […] a través de las imágenes transmitidas por el ideario occidental, europeo, sobre lo que él ha considerado su naturaleza, […] sobre el papel que la Amazonía ha ocupado en su experiencia (Pizarro, 2009: 26)
Pues bien, en este ya heterogéneo espacio latinoamericano construido desde un imaginario europeo, Hatoum introduce de manera ficcional otro elemento externo que comienza a interactuar con los ya establecidos. En este espacio socio-cultural, por lo tanto, los objetivos de un análisis anclado en la visión heterogénea de la realidad latinoamericana serían, por un lado, cancelar esa mirada etnocéntrica que pretende definir lo específicamente americano o lo oriental desde una perspectiva europea y, por el otro, tratar de identificar cuáles son los distintos elementos culturales que se entrecruzan en la multiplicidad de este mundo posible. En coincidencia con esta última perspectiva, el profesor francés Felix Delatour, uno de los personajes del cuento “La naturaleza se ríe de la cultura” del mismo Hatoum, al repasar su propia historia, piensa que con el paso del tiempo uno
se da cuenta, aprensivo, que el estigma de ser extranjero ya es menos visible: algo en su comportamiento o en su voz se turbó, perdió un poco de relieve original. En ese momento, los orígenes del extranjero sufren una sacudida. El viaje permite la convivencia con el otro, y ahí reside la confusión, la fusión de orígenes, la pérdida de algo, el surgimiento de otra mirada (LCA, 2013: 89)
De este modo, si retomamos el concepto propuesto por Said acerca del emigrante, se puede observar, tal como se dijo anteriormente, que éste no es ni más ni menos que un extranjero que intenta convertirse en lugareño sin conseguir serlo del todo. Es así entonces que tanto el francés Delatour como los libaneses que protagonizan las novelas de Hatoum pierden algo referido a su lugar de origen, pero al mismo tiempo adquieren una nueva mirada que les permite en cierta manera ser como los otros, como quienes ya habitaban en el nuevo lugar.

       Algo similar a lo narrado en Relato de un cierto Oriente acontece en Mil surcos, la novela del cordobés Martín Cristal. En principio, vale la pena aclarar que el título de la misma parece funcionar como una metáfora acerca de esas profundas y numerosas líneas de vida que confluyen en la existencia de otra vida. Así es como, por ejemplo, la existencia de Perla Fisherman, uno de los personajes principales de esta historia, tiene su origen en la confluencia de los caminos recorridos por sus antepasados, es decir, surge como consecuencia de la diáspora sufrida por quienes vivieron antes que ella. Pues bien, el contacto cultural se inicia en esta historia entonces a partir de la emigración que Idl Lazarus, un joven judío ruso, emprende desde su Rusia natal hacia Sudamérica, más precisamente hacia Córdoba (aunque cabe aclarar que según lo contado éste no era su destino deseado). En Mil surcos se cuenta que Rifke, la hermana mayor de Idl, había emigrado hacia Nueva York, “harta del hambre, la guerra y la amenaza permanente del progrom” (MS, 2014: 64). Por los mismos motivos, en 1925, Idl había decidido seguir el camino de su hermana, había decidido abandonar su lugar de nacimiento para buscar un nuevo horizonte, un nuevo futuro. Aquí se presenta entonces nuevamente la idea que Said tiene con respecto a la emigración como una cuestión de elección personal. Sin embargo, no se puede dejar de notar que, tanto en este caso como en el de los personajes de las novelas de Hatoum, la emigración está ciertamente determinada por los males que unos hombres les causan a los otros en sus territorios natales. La emigración, entonces, no siempre supone una decisión gratuita de abandonar la tierra de origen para marcharse a otro lugar sino que más bien se encuentra originada por la necesidad de dejar atrás los males sufridos y buscar una nueva vida. La emigración es un viaje que transcurre entre la nostalgia del abandono y la esperanza de una vida mejor. Tal como se mencionó anteriormente, supone el hecho de dejar de ser paulatinamente un extranjero para transformarse en un lugareño, o más bien quizás, el hecho de ser simultáneamente lo uno y lo otro.

     Sin embargo, la heterogeneidad en la novela de Cristal no está ilustrada únicamente por la mayor o menor inserción de la comunidad judía en el territorio cordobés sino también por la de una familia de ascendencia peruano-japonesa. En Mil surcos, además de la historia de los antepasados de Perla Fisherman, también se narra la de Sachi, la fallecida mujer de Don Alberto Ishikawa, el silencioso vecino al cual Perla ayuda después de haberse fracturado la pierna al caerse de una escalera[5]. Sachi, al igual que los parientes de Perla, es una emigrante que ha dejado su lugar de origen para instalarse en un nuevo territorio. En su caso, este nuevo territorio es el peruano. Sin embargo, a diferencia de los otros personajes mencionados anteriormente, Sachi sí sufre un destierro, un exilio impuesto por fuerzas externas a ella, sí sufre la experiencia de “esa grieta imposible de cicatrizar entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar” (Said, 2005: 179). En Perú, Sachi, junto a su familia, son emigrantes que se han hecho lugareños, pero, a causa del enfrentamiento entre norteamericanos y japoneses en la Segunda Guerra Mundial más el matrimonio forzoso que se ha visto obligada a aceptar, ella se transforma en prisionera de guerra, es obligada a abordar un barco y dejar el nuevo hogar elegido por su familia para viajar hacia un campo de internados en EEUU. Finalmente, cuando termina la guerra, puede regresar a su hogar pero ya no es la misma que antes, pues el exiliado o la exiliada que vuelve a su patria no es nunca la misma persona que se fue ni el lugar al que retorna es el mismo que era cuando él o ella se fueron de allí.
     En conclusión, se puede decir que tanto en Relato de un cierto Oriente de Milton Hatoum como en Mil surcos de Martín Cristal se describen mundos posibles en los cuales, a causa del fenómeno de la emigración, se han conformado sendas sociedades heterogéneas. En el caso de la novela de Hatoum, como se dijo anteriormente, se narra la historia de una familia libanesa que se instala en el territorio amazónico, mientras que en la novela de Cristal se comienza contando la de un joven ruso que llega casualmente a la ciudad de Córdoba. De esta manera, tal como lo supone Cornejo Polar, en los dos casos se produce la conformación de una totalidad heterogénea en la cual las culturas que entran en contacto conviven entre el conflicto real de haber abandonado su tierra de origen y una deseada aunque no necesariamente cumplida armonía de ser con los otros que ya viven en el nuevo territorio.

Bibliografía
Obras literarias
CRISTAL, Martín (2014). Mil surcos. Caballo Negro, Córdoba.
CRISTAL, Martín (2012). Las ostras. Caballo Negro, Córdoba.
HATOUM, Milton (2006). Relato de un cierto Oriente. Beatriz Viterbo, Rosario.
HATOUM, Milton (2007). Dos hermanos. Beatriz Viterbo, Rosario.
HATOUM, Milton (2013). La ciudad aislada. Beatriz Viterbo, Rosario.
HEMON, Aleksandar (2009). El proyecto Lázaro. Duomo Nefebilata, Barcelona.
Marco teórico
BUENO, Raúl (1996). “Sobre la heterogeneidad literaria y cultural de América Latina” en Asedios a la heterogeneidad cultural. Philadelphia, pp. 21-36.
PIZARRO, Ana (2009). Amazonía. El río tiene voces. Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile.
SAID, Edward W.  (2002). Orientalismo. Random House Mondadori, Barcelona.
SAID, Edward W. (2005). Reflexiones sobre el exilio. Random House Mondadori, Barcelona.
TODOROV, Tzvetan (1991). Nosotros y los otros. Siglo XXI, México. 
          
    




[1] Las citas provenientes de las obras literarias analizadas en este trabajo serán referenciadas con sus iniciales y el número de página correspondiente.
[2] En este sentido, en su novela El proyecto Lázaro, Aleksandar Hemon señala que el hogar es el lugar en el cual  ausencia de uno no pasa desapercibida. Es decir, uno puede encontrar un lugar en el mundo si consigue integrarse al entramado de ese lugar, para que de esta manera su presencia cobre peso.
[3] Las cursivas son propias del texto original
[4] Las cursivas pertenecen al texto original
[5] Este episodio se narra detalladamente en Las ostras, la novela anterior de Martín Cristal. Tanto esta novela como Mil surcos pertenecen a un mismo proyecto narrativo del escritor, una tetralogía en proceso. 

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